LA INTUICIÓN Y EL COLOR

Ahora, que debo escribir estas líneas sobre “escenografía e iluminación” pienso que sólo puedo decir algo a partir de revisar mi experiencia y el momento en el que me encuentro, y al hacerlo, veo que mi trabajo está marcado por dos hechos: primero,  que haya empezado diseñando iluminación y no escenografía  y segundo que lo haya hecho antes en la danza y no en el teatro, esto ha determinado ciertas características en mis diseños y en la manera como me relaciono con los proyectos.

Empecé a  diseñar escenografía y no sólo iluminación  porque en ocasiones me encontraba espacios con muchas dificultades para  iluminar o con ciertas características que me impedían desarrollar plenamente mis ideas respecto a la luz. De alguna manera la necesidad   me llevó, finalmente a diseñar los escenarios.

Con el paso del tiempo llegué a la conclusión  de que no puede haber divorcio entre la escenografía y la iluminación. Si se va a proyectar luz sobre algo, entre más conocimiento, control e incidencia se tiene  sobre eso, hay mas posibilidades de lograr un mejor resultado. Aprendí que,  en realidad, termino de diseñar un espacio  cuando ha decidido qué calidades de luz va a tener, porque finalmente, lo que capta el ojo es una misma cosa.

En mis primeros diseños de escenografía era muy tímida y me limitaba a  poner (nada más) ciertos elementos necesarios para la acción que me permitieran iluminar creativamente. Después, conforme he ido conociendo y avanzando, y conforme los directores me han ido exigiendo, el diseño escenográfico ha sido mucho más elaborado en su concepción y en los valores plásticos y dramáticos que busco, pero sin perder el gusto por  poner sólo aquello que considero esencial. Esta vocación por la síntesis, ahora, la puedo reconocer como una característica de mi trabajo.     

Por otro lado, cuando empiezo a hacer teatro, viniendo de la danza, encontraba mucha diferencia  con  esta. Quizás porque al principio, en el teatro, me tocó hacer algunas obras muy naturalistas donde había que representar, con la luz, si la acción transcurría en el día, la  noche o en el atardecer o si  sucedía en un interior o un exterior. En cambio en la danza no había esa exigencia especifica y encontraba más posibilidad de hacer  cosas subjetivas o meramente plásticas que nacían con  la música o con el desarrollo del movimiento corporal en el tiempo y el espacio.

Cuando alguien proviene de esa enorme libertad que da la danza  siente que los primeros encuentros con el teatro limitan, aunque, por otro lado, obligan a ser muy rigurosa  en las resoluciones técnicas. El ingreso al teatro, finalmente fue un valioso aprendizaje que me permitió adquirir una técnica y un método de trabajo. Esto me parece importante porque el método permite resolver de manera eficaz las exigencias de cualquier trabajo y por otro lado termina posibilitando una mayor libertad creativa. 

Ahora, incluso cuando vuelvo a hacer un trabajo realista me permito proponer efectos y colores que no necesariamente corresponden a la lógica de la realidad. Creo que, finalmente, he podido, aplicar al teatro esos colores tan raros que escogía para la danza, y que, la danza, afortunadamente me permitió  probar, mezclar y utilizar una y otra vez.

No es casual que el estilo de la mayoría de las compañías con las que ahora trabajó no sea realista, ni descriptivo, ni literal, sino, más bien,  muy fundado en  lo visual, lo corporal y lo sensitivo. Esto me permite experimentar en una relación mucho más subjetiva de la luz con la acción, y por otro lado diseñar espacios que no pretenden representar la realidad de un modo naturalista. Puedo reconocer que lo subjetivo y la intuición ocupan también un lugar muy importante en mi trabajo y operan desde el surgimiento de las primeras ideas que, después, se convertirán en un proyecto. 

Creo que las ideas surgen impredeciblemente y permito que así sea, son como la vida que va sucediendo sin que haya algo escrito que te diga por donde va a saltar un conejo. Las ideas surgen a veces de una manera muy casual, o a veces de estar discutiendo y considerando las premisas o la búsqueda del director y también de estar eliminando posibilidades  hasta que se llega  a algo valioso. Esas primeras intuiciones tienen para mi  una  enorme importancia,  después las ideas se pulen, se trabaja sobre ellas, se confrontan  y pueden desecharse o terminan siendo un proyecto que me convence y me parece interesante porque armoniza con la totalidad del espectáculo y con la realidad de la producción.

Un proyecto de escenografía  me convence  cuando es sencillo, cuando es limpio y no tiene elementos superfluos, como si después de haberlo  espulgado ofreciera algún tipo de belleza, aunque  esta no sea una belleza que pueda percibir todo el mundo. Una escenografía me gusta  cuando al verla, siento como si conociera a una persona, que con su pura presencia física me está inspirando algo.  En cambio  una escenografía  no me parece buena cuando  tiene elementos que no son esenciales, o cuando no es del todo clara o del todo limpia. Tampoco me convence cuando la veo  y no me dice nada, no estimula mi imaginación ni es una parte inseparable de lo que está sucediendo en el escenario.

Hay escenografías donde las cosas suceden pero ellas no son parte del suceso, son  sólo marcos o contenedores de la acción, sets que dan una información muy rápida e inmediata y tienen un papel meramente funcional, en cambio hay escenografías que tienen vida y son parte del suceso teatral de manera que la acción perdería sus connotaciones y su valor  si no ocurriera en esa escenografía.

Asimismo, una buena iluminación  hace que se vea lo que se  tiene que ver pero no se limita a eso, una buena iluminación, sobre todo, debe hacernos  entrar en una atmósfera muy particular, en la que el espectador más que ver si son las cuatro de la tarde, imagina una atmósfera, un estado de ánimo. A veces me ha tocado ver iluminaciones que con muy pocos elementos y con entradas muy sencillas, logran que sienta si la cosa es sórdida o si está apunto de pasar algo terrible; siento el frío y la tristeza o el calor y la alegría. Una buena iluminación me provoca un montón de sensaciones  y esto puede hacer que esa luz sea parte indivisible de lo que sucede en el escenario. Si la luz sólo cumple con darme información y no es parte de la emotividad, del ritmo, de la atmósfera y de la energía de la acción, tendrá un valor muy limitado. 

Lo bonito del teatro es que se pueden crear convenciones y puede conducir  la imaginación del espectador  a lugares y tiempos que físicamente no se encuentran frente a él. Mas aún se puede lograr que además de cumplir con las referencias, de tiempo y lugar,  la  acción adquiera un valor fundamentalmente plástico y emotivo o se puede también  buscar  otro tipo de relaciones.

Por ejemplo en  Antígona  llevé esta búsqueda al extremo, ahí no había la  intención de situar a los actores en ningún lugar o tiempo específico, la luz  respondía al desplazamiento de los cuerpos, a la atmósfera que se respiraba en la escena, con los sonidos, los movimientos y el texto. Esto se da así porque en el trabajo con Miguel Ángel Rivera  el diseño espacial no busca situar anecdóticamente la acción, por el contrario, los proyectos  parten siempre de premisas escénicas y visuales que expresan relaciones muy subjetivas con el texto dramático y sobre todo con el tipo de investigación a realizar en los terrenos de la actuación y la puesta en escena. 

De esta manera con El Teatro del Mar he podido desarrollar un discurso en el que se presentan constantes como el geometrismo, la asimetría, la síntesis minimalista y un particular uso de materiales que son elegidos tomando en cuenta que el director quiere que incidan físicamente en el trabajo de actuación. Por ejemplo:  en Divino Pastor Góngora la grava “hundía” a Carlos Cobos, creando una resistencia que  detonaba en él una energía extra para el desarrollo de su compleja partitura física.

En el caso de Antígona la inclinación irregular de la superficie creaba modificaciones sutiles en el equilibrio de los actores y por ende en su presencia física. También en Antígona  la maleabilidad de los plásticos y la exploración con ellos no solo permitieron la creación de imágenes y atmósferas si no que pasaron a ser parte de la acción como  una extensión física y sonora del cuerpo del actor.

Otro ejemplo que puede resultar interesante es mi trabajo con Contempodanza, una compañía  de un estilo metafórico y místico, alejado del teatro danza y del movimiento descriptivo, estas características me resultan particularmente propicias para el vuelo creativo en el diseño de la luz.

El trabajo de Cecilia Lugo destaca por una calidad de composición espacial y rítmica que me otorga una gran libertad en el diseño. En sus coreografías los interpretes accionan en diferentes planos de composición y en relaciones de grupo, subgrupos y como solistas, esto me permite diseñar espacios y atmósferas que exigen ir más allá de la mera grabación de ambientes generales y luces especiales. En Contempodanza, trabajamos la simultaneidad, la creación de contrastes y otras relaciones escénicas que permiten elaborar planos espaciales y de iluminación diversos.

Evidentemente, este  tipo de posibilidades se dan de acuerdo al director o al coreógrafo con el que  se trabaje, porque cada quien  propone un tipo de relación  distinto, yo, en mi experiencia, he podido reconocer algunas formas de relación características.

 Una es cuando los directores te quieren dar dictado, y te indican con todo detalle donde y como quieren la luz, se casan con sus ideas y no están abiertos a otras aportaciones, creen que  la única posibilidad es la que ellos alcanzan a ver, no creen que el escenógrafo pueda proponer algo interesante. Esta es una dinámica  que me disgusta mucho, tal vez en un momento cumplió su función y me ayudó a obtener precisión técnica  porque me comprometía a hacer lo que me pidieran, ahora es una dinámica en la que no trabajo más.

Hay otros directores o coreógrafos que no  dicen nada o que dicen “tú haz”.  Eso es menos desagradable  porque  me da mas libertad. Al parecer me tienen mucha confianza, pero también me queda la sensación de que no les importa mucho el trabajo que desarrollo. Eso tampoco es muy grato.

También están los directores con los que si hay cierto rango de libertad pero a la vez  mucha exigencia, reflexión y diálogo y eso resulta muy interesante. En esta dinámica trabajo como una creadora, además, la confrontación de ideas, interpretaciones o visiones que ahí se da, me provoca crecimiento porque la escenografía es un arte en el que sólo se puede crecer en dialogo  con los demás artistas escénicos.

Alguien me preguntaba si me había propuesto trabajar con los más difíciles y en el caso de mi trabajo con algunos coreógrafos, maestros y directores pareciera ser que sí . Pero justo con esas personas he aprendido mucho, por ejemplo, aprendí mucho trabajando con Raúl Parrao, con Carlos Trejo, con Alejandro Luna y recientemente con Miguel Ángel Rivera. Creo que esa mezcla propicia desarrollo si se es capaz de preservar las características individuales.

Ser fiel a mi propia sensibilidad  y a mis orígenes, así como encontrar los interlocutores y  las dinámicas de trabajo adecuadas a costado tiempo, pero también ha dado sus frutos en escenografías con las que busco ofrecer una posibilidad de  acción sumamente libre. En mis diseños más que saturar el escenario de elementos o efectos, apuesto a estimular la imaginación del espectador con superficies, materiales y formas que, a  la manera de un lienzo, reciben luz para dar una atmósfera emotiva y estética donde el cuerpo del actor o el bailarín crea también sugerencias  visuales. Son estos detalles, estas sensaciones creadas con la luz, los cuerpos y el espacio  las que a mí me emocionan y por las que estoy en esté trabajo; es la sensación gratificante, de ver algo  que te llena el ojo y te da cierto placer.

Así como hay personas a las que, comer algo especial les hace sentir que la vida vale la pena, o a las que tocar la guitarra o el piano, les resulta gratificante, a mí me hace feliz  ver algo como esperaba que se viera o mejor. Tal vez los momentos más gratificantes sean aquellos sobre los que   no sabría qué decir, porque no se trata de algo racional; son momentos que no  puedo describir plenamente. Sólo puedo decir que veo un color, o una entrada de luz sobre los cuerpos formando un momento vivo que  a mí me llena el alma,  me gusta y quiero compartir.

Xóchitl González Quintanilla
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.


Artículo publicado en la revista Paso de gato. Año 6 No. 30 (Julio/Agosto/Septiembre 2007).





Comentarios

Entradas populares